martes, 1 de diciembre de 2009

MI CARTA AL PRINCIPITO, por José Guerrero Ruíz

    

     Querido principito:
     Te suplico que me perdones por irrumpir bruscamente en tu misterioso asteroide a través de las ondas en traje de faena, una manera poco correcta de presentarse ante la mítica aureola de todo un principito de carne y hueso, merecedor de los mayores honores, aunque seas diminuto y poco dado a la ostentación, pero vengo maltrecho y torturado por la soledad, pese a habitar en el superpoblado planeta Tierra.
    Sólo quería enviarte por fax unas palabras en esta tarde de otoño, en que las hojas del calendario se tornan amarillentas y los amarres de la nave se resquebrajan por momentos. Pues resulta que el viento sopla con furia en mitad del trajín diario dando palos de ciego.
   No obstante te extrañará sobremanera que alguien del planeta Tierra haya tardado tanto tiempo en contactar contigo con los adelantos que hay, en expresar las sensaciones tan enriquecedoras que le inspiraste desde que un buen día pasó por tu calle sideral en uno de los desplazamientos por el espacio cruzándose con tus originales y sublimes aseveraciones, que por cierto, hay que reconocerlo, la gente, aferrada por lo general al terruño, las considerará aberrantes o extrañas, y tanto es así que me pareciste tan diferente a nosotros en las mismas raíces de la existencia que miré para otro lado, pues no soportaba tu osado candor, tu valiente deambular por el espacio, y no tomé en consideración nada de lo que rotulabas en la cima de las emociones; seguía cabalgando en mi caballo sin dejarme llevar por los pálpitos ni por tus mensajes y fantásticas pinturas, a sabiendas de que no mentías, que lo contabas con el corazón en la mano, como el bebé que balbucea las primeras sílabas en brazos de la madre espontáneamente, espantando los más atávicos tabúes.
   Fíjate, principito, la cantidad de tiempo muerto que ha tenido que transcurrir para que caigan las murallas de la incomprensión, de la cobardía soterrada siguiendo como borregos por la senda de una tradición idolatrada. Nadie conoce la dura lucha que he llevado a cabo conmigo mismo, con mis torcidas inclinaciones para decidirme a enterrar prejuicios y dirigirme a ti a pecho descubierto con el fin de trasladarte las impresiones que planean por mi cabeza sin orden ni concierto.
Estimado principito, quiero entregarte mis secretos, las corazonadas que brotan frescas de mi alma cual gotas de rocío.
   Según los cálculos que obran en mi poder hay al menos un millón de personas que nunca han percibido el embrujo de una flor, los rutilantes destellos de una estrella, e incluso ni sembrado la semilla del cariño en su entorno muy a su pesar.
   Terrícolas que se han pasado la vida echando cuentas con el patrimonio de los muertos, haciendo sumas y restas con los vivos, repitiendo hasta la extenuación, “yo soy una persona seria, yo soy una persona seria”, y no se les ha permitido extralimitarse lo más mínimo en lo que ellos estimaban como asuntos banales.
   Tú, principito, a buen seguro que al oír esto te agarrarás a la flor que te acompaña, que tanto amas, aunque finalmente suspirarás aturdido en el torbellino silencioso disfrutando de una dulce puesta de sol.
   Así, por ejemplo, le aconteció una tarde clara a Alberto, que hasta que no había frisado los cincuenta y tantos no se percató de que su agujereado currículo había sido un perenne martirio, una ingrata gota de agua perdida en los abismos del océano, siempre arrastrándose a trancas y barrancas por los túneles de la rutina, y cosa milagrosa, por fin pudo abrir sus endurecidos puños y gritar a los cuatro vientos ¡eureka, eureka!, cuando acababa de descubrir los enigmas de la felicidad merced a las transparentes sentencias del principito.
     La tenebrosa historia de Alberto se podía respirar en las esquinas de los mercados de cualquier ciudad de manera fehaciente, alimentada por la barbarie que hierve en el ambiente azotando a los humanos desde tiempos inmemoriales.
   ¡Alberto se hallaba tan lejos de las sensibilidades del principito! Y ello se derivaba del sustento que recibió nada más nacer, ya que únicamente le inyectaron responsabilidad y eficiencia en el mundo de los negocios, viéndose desbordado por los acontecimientos, aullando día y noche por una pela, siguiendo los pasos del progenitor.
   Poco a poco se fue enredando en la tarea de contar y contar, expulsando números por los ojos, garabateando sumas y sigues en la agenda sin cesar; las cifras componían el ramillete de flores que acariciaban sus dedos, que ornaban su estampa. De esa guisa se sucedieron los lustros en su carrera frenética, de modo que el único lustre que le brillaba en el rostro era la plata apañada en el mercadeo, comprando y vendiendo género. Tal era la pintura reflejada en su perfumado cuadro.
   Quizá en alguna parte alguien le espetó sotto voce cierta máxima como, “tanto tienes, tanto vales”, y se tiró por la borda despojándose de las fragancias de las flores y del titilar de las estrellas sobre el blanco de las olas olvidando el cultivo del cariño en los tiernos campos que moraba.

lunes, 30 de noviembre de 2009

"Mi carta para el Principito", por Lucía Muñoz Arrabal

    

     ¡Hola, Principito! Quiero que sepas, que de entrada yo no llegué a ti por gusto, sino por imposición. Además, por aquel tiempo yo tenía catorce o quince años y todo aquello que me era impuesto lo odiaba directamente, bueno, aún lo odio; tú, como aún eres un niño, pues no has llegado a esa edad, tan tonta, llamada del pavo, en el que no sabes muy bien quien eres, ni hacia donde vas.
     Encima te tuve que traducir del francés y no entendí nada de lo que decías y menos aún de qué iba tu historia. Así que el día que terminé el trabajo y se lo presenté a la profesora de Francés, ahí acabó mi relación contigo, pues te abandoné seguramente en algún rincón de esos llamados desastre, que mi madre normalmente una vez al mes literalmente tiraba a la basura sin preguntar.
     Ahora, con los años he vuelto a ti, mediante Internet, ¡quién me lo iba a mí a decir a los catorce o quince años, que habría un espacio, un aparato, una caja de Pandora, o una caja, ésa que te dibujó tu amigo en el desierto, y la que contiene todos los mensajes y todas las respuestas! ¡Cómo iba yo a imaginar que en esa caja, dando a unas teclas, entraría en un mundo cuasi infinito, donde poniendo tu nombre, ahí estabas tú, tan guapo con tu traje de capitán de barco, o napoleón, o algo así, me pareces, con tus cabellos rubios movidos por el viento, tu bufanda y tus botas bien lustradas.
     A lo mejor si en aquella época de los catorce años me hubiese fijado más en ti, pues tal vez me habría enamorado un poquito de tu persona, por tu porte distinguido, tu inocencia, tu amor por la rosa y conocer mundos diferentes.
     Yo como tú Principito, también he vivido a veces en mundos pequeñitos, tan pequeñitos que hasta yo quería desaparecer con él. También tuve esa etapa de preguntar y preguntar por cosas que se dan por hechas, y que no interesan a los mayores, que están en sus mundos de trabajo, de rutina del día a día.
Ahora yo me considero más como tu amigo el Aviador, que es un adulto que intenta razonar y a la vez actuar como un niño, pero en realidad se que ya no lo soy, y por momentos intento ser esa niña que llevo dentro, aunque sea, escribiendo.
     También como tú yo he necesitado de un Cordero, de una persona, para que me resolviera los problemas, quien no, pero a veces esos amigos o personas que nos ayudan, resulta que también sin querer nos pueden dañar, pero es parte de la amistad, el amor y la vida. Y uno debe saber perdonar.
     Como tú también tengo Volcanes, esos trabajos, tareas o cosas que debemos realizar cada día para que todo siga su curso, aunque algunas de ellas no nos gusten hacerlas, como por ejemplo planchar, odio planchar, yo supongo que tú nunca has tenido ese problema, siempre vas con la misma ropa.
     Tú amas a tu Rosa, es tu enamorada; pues yo tengo mi Clavel, al cual también a veces le pongo biombos y globos, para protegerlo, pero no lo hago en exceso, pues demasiado celo podría dañar a mi Clavel en vez de protegerlo.
     Yo también visité el país donde había un Rey, eso fue sobre los trece años, mi Rey era guapísimo, tenía el pelo negro rizado, y cuando sonreía se le hacían unos hoyuelos en las mejillas que me volvían loquita. Durante un tiempo fue mi planeta, acaparaba mi pensamiento, mis sentimientos, mis sueños, mis ideas y hasta mis horas de estudio. El Rey mandaba en nuestra llamémosle relación, porque en realidad nunca llegó a ser tal. El mandaba y decidía a donde ir, a que jugar, cuando verme o no. Pero yo pronto descubrí que aquello no me gustaba y le dejé plantadito en su trono de niño guapo engreído y mandón.
     También pasé por el planeta Vanidoso, pues a quién no le ha gustado de joven ser admirado en algún momento, o quien no se a mirado en los espejos o escaparates, sobre todo las chicas, nos encanta mirarnos después de salir de la peluquería, de estrenar ese vestido, falda o blusa o unos zapatos nuevos.
      La experiencia, qué es buena consejera, me ha hecho seguir siendo un poquito vanidosa, pero a la vez deseo más que me admiren por mis hechos, palabras y sentimientos hacia los demás. Porque si uno se pasa de vanidoso termina por estar más solo que la una.
     También he vivido en el planeta Borracho, he pasado por momentos de falta de voluntad para hacer cosas, en los que me ha costado superar ciertas dificultades, miedos, inseguridades y complejos, e incluso me cuesta ahora superar la perdida de un ser muy querido. Pero el Borracho de tu planeta se avergonzaba de beber y seguía bebiendo, y yo en cambio, no me avergüenzo de reconocerme esas cosas, y pido ayuda, que es lo más importante para superar esas situaciones.
     Por el planeta Hombre de los Negocios, no he pasado, y mira que yo vivo de eso, de un negocio, pero fíjate que no me llama la ambición, bueno, si lo pienso… Si que lo habité. Dejé de ser lo poquito inteligente que soy y me dejé arrastrar por la ambición política, pero supe reaccionar a tiempo, y largarme de ese planeta a las primeras de cambio, porque Principito, ¡no hay nada como disfrutar de la libertad de expresión aunque parezca una contrariedad con la política, y sobre todo disfrutar de las cosas de la vida!
     El que sí habito, es el planeta de tu amigo Farero. Será porque me atraen desde siempre los faros, ahi algo en ellos que me llaman la atención, porque los faros son la luz, el camino, los guías de los que andan perdidos, o para que no se pierdan en la oscuridad. Como tu amigo Farero, me gusta hacer lo que debo hacer, me gusta comprometerme y tener lealtad, y a veces me absorbo tanto en esos compromisos que me resto tiempo para mí misma, es sólo que en cuanto me doy cuenta de ello, me digo: «Para el carro tía, que te estás pasando» y me siento en una silla como tú Principito, a ver atardeceres y amaneceres, y si hace falta mover la silla pues la muevo para ver cuantos más mejor.
     El Planeta del Geógrafo, también me gusta habitarlo, porque adoro aprender cada día cosas nuevas, pero yo no soy como él, yo salgo de ese planeta y experimento por mi misma, porque hay cosas e instantes efímeros, y si nos las captas en el momento, las pierdes para siempre.
Por último está el planeta Tierra, al que te recomienda el Geógrafo, que como sabio que es, sabe que es el mejor de los planetas, el que incluye todos los anteriores, y además miles de rosas, claveles, margaritas y demás especimenes, todas y todos ellos maravillosos, terribles, adorables, irritantes, bondadosos, estúpidos, bellos,agradables,maltratadores-abusadores-dictadores-idiotasrematados-alucinados-religiosos-Locos―cuerdos―amorosos―imaginadores―fantasiosos, y un sin fin tan grande como podría haber sido tu planeta Principito, si te hubieses dado cuenta desde el primer día que amabas a tu Rosa, que no debías de haberla protegido tanto y así ella no se hubiese irritado, y no te habrías marchado para dejarla sola, y luego estar la mar de preocupado buscando planetas donde encontrar la solución para que a tu Rosa no le pasara nada. De pronto un día ves miles de Rosas y te decepcionas, pero lo bueno de todo es que al final, te das cuenta de que tu Rosa es única y especial, por un amigo, El Zorro. Es bueno tener amigos en los que confiar y que te den buenos consejos.
     Lo que siento de veras Principio y no entiendo, es porqué tuviste que suicidarte, fue tu decisión y la respeto, pero no la entiendo, ¿por qué debías morir para poder llegar a tu rosa, y a tu planeta?, si tenías ante ti la caja que encerraba en ella toda la imaginación y fantasía que habría hecho traer a la tierra a tu rosa, o haberte llevado a tu planeta con tu rosa y juntos haber crecido, aprendiendo y viajando hasta hacer de tu planeta un mundo extenso y maravilloso.
     Bueno, me despido de ti Principito. Espero no haber sido muy pesada contigo, y que no te de la tentación de arrojar a uno de tus volcanes esta carta.

     Tu admiradora tardía.
Lucia.